El Notario se despertó por cuarta vez en la noche. Sus continuos reflujos le acechaban hora tras hora. La última vez creyó que moría al aspirar el contenido gástrico de su cansado y abultado estómago. Al abrir los ojos observó que había amanecido, pero como siempre no sabía la hora. Al encender la radio encontró la respuesta, era momento de levantarse. Como siempre en los últimos veinte años debía viajar a su destino, lejos de casa a trabajar. Su mujer dormía en su propia cama - habían separado los catres -, y el Notario se levantó. En la ducha sintió el ladrido de los perros y el canto del "chucao" muy a lo lejos.
Desayunó solo, se puso la ropa encima y salió mientras la lluvia intensa azotaba su cara mientras abría el garaje.
Una vez en la ruta pensó en su vida ¡tan distinta! a como la había soñado. No era un suplicio, pero la lejanía de sus hijos y su rutina odiosa le molestaban mientras su vehículo se deslizaba por la ruta.
Siempre había esperado que algo sucediera en su existencia, pero ello no llegaba, y ese último día en que debía trabajar, aún querido por él no era tampoco su máxima satisfacción.
De pronto descubrió que era septiembre. Me gusta este mes pensó el Notario porque recuerdo mi niñez cuando mi volantín se mojaba en la acequia de la calle. Se destruía...En ese momento descubrió lo que debió hacer hacía muchos años: destruir esa parte de su vida que siempre le molestó...aquella que lo hizo soñar con un mundo mejor . Aún anciano buscaba el ideal sin encontrarlo.
Abrió su correo y como siempre nadie le había escrito.